El Señor estaba allí...


A cuatro meses de estar de novios, quedamos esperando nuestra primera hija. Decidimos juntarnos, pero la relación era un desastre: ni nos conocíamos, ni nos entendíamos, ni lo intentábamos siquiera… Fueron tiempos malos para los dos, de mucho sufrimiento, mucha agresión, violencia, no física pero sí verbal; la bebé fue creciendo en ese ambiente y cuando ella estaba por cumplir los 3 años quedé embarazada nuevamente. Ahí sí, se me vino el mundo encima. Creí morirme de angustia. Todavía recuerdo ¡cómo lloré cuando retiré los análisis, y la chica del laboratorio no sabía como consolarme!

Nos echamos la culpa el uno al otro, nos peleamos peor que nunca, un desastre… Me dijeron que tomando un té de la corteza del aguaribay (un árbol de mi región) iba a perder el embarazo. Mi marido estuvo de acuerdo; tomé el té, pero no pasó nada… En ese momento no entendía, pero ahora sé que Dios estuvo también allí…

Decidimos casarnos en medio de ese desastre. Comencé con pérdidas y me tuvieron que hacer un legrado . ¡Cómo sufrí, cómo lloré, qué culpable me sentí! Había rechazado a ese bebé desde el principio, ¡tenía la culpa de su muerte! Eso quedó en mí; tan guardado y tapado en mi corazón. Muchas veces ni siquiera podía estar con mi esposo porque me daba asco, bronca.

Después el Señor nos bendijo con otra hija, pero yo seguí muy herida. Se mantenía en lo profundo de mi corazón, a pesar de que comenzamos a ser un matrimonio renovado por Cristo.

En una evangelización que se realizó en mi zona, mientras el predicador tocaba el tema del aborto, sentí que metía el dedo en mi llaga sangrante. ¡Qué dolor experimenté en ese instante! Pero, seguidamente, nos fue llevando a experimentar con el Salmo 103 que el Señor es bondadoso y compasivo. Cuánta grandeza y amor tiene Dios para con los pecadores. Él arroja detrás de su espalda todo mi pecado cuando yo le pido misericordia.

El sábado a la noche dormí muy mal, soñé que a mis hijas les pasaban cosas terribles… pero el Señor en su infinita misericordia me fue revelandolo que quería para mí: primero, la reconciliación a través de la confesión; y, luego, una paz y una liberación inexplicable… Y, como si fuera poco, Jesús me mostró a mi hijo en sus brazos: era un varón y se llamaba Esteban; ¡Sentí la seguridad de que descansaba en paz junto a mi amado Señor!


¡Cuánto nos ama Dios y cuánto conoce nuestras miserias y necesidades! ¡Bendito el Señor que nos limpia, libera y renueva! ¡Cuánta libertad vive en lo profundo de mi corazón sabiendo que en su amor me baña y sana por dentro! ¡Mil gracias Jesús por darle la libertad a toda mi manera de pensar! ¡Bendito por habernos dado a personas que anuncian la Buena Nueva de la misericordia sanadora de Cristo y que son instrumento de tu gracia!

Que Dios nos bendiga y el Espíritu sea nuestra guía siempre.

Simplemente C.