Ninguna cosa es imposible para Dios...


Ninguna cosa es imposible para Dios (Revista RESURRECCIÓN N° 128 -)
“Sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios
ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan”
(Hb 11, 6).
Vivo en zona rural de Mayor Buratorich, a 100 Km. al sur de la ciudad de Bahía Blanca. A Dios y a la Santísima Virgen le agradezco el milagro de la vida de mi marido y de mi hijo; y el poder compartir con tantos hermanos por medio de esta querida revista. Quiero decirles que hoy también el Señor se manifiesta en todo su poder; solo nos pide confianza y entender que él nunca nos abandona.
En la madrugada del 20 de octubre de 2002 ( Día de la madre), mi marido y mi hijo regresaban de una cena, cuando en ruta Sur, con plena lluvia, se les atravesó un camión con semi remolque y chocaron, quedando los dos atrapados en el auto incrustado bajo el camión. Al instante llegaron bomberos, médicos, hermanos que paraban en ese momento pese a la copiosa lluvia que dificultaba el accionar. Lucharon denodadamente, largo tiempo, para poder sacarlos de entre los hierros. Después, en ambulancia, fueron trasladados a Bahía Blanca, sin la seguridad de que llegaran con vida.
Esa misma noche yo participaba de la misa y, al ir a recibir a Jesús en la Eucaristía, sentí en mi pecho una opresión muy grande; pensé que me había conmovido la presencia de un joven matrimonio, que hacia pocos días habían perdido a su pequeño hijo por una enfermedad. A las pocas horas me avisan del accidente: el Señor me había puesto sobre aviso y me preparaba.
Invoqué a María que me ayudara, y con ella, y Jesús en mi corazón, viajé a Bahía Blanca, acompañada por una hermana en Cristo que con su marido me ayudaron tanto, con la oración y su presencia.
Así, con mucha paz y confianza, llegué ante los médicos, los que me dijeron que mi marido, pese a que estaba irreconocible por los golpes, iba a estar bien; pero que mi hijo Santiago estaba en un coma 4 profundo, y su estado era gravísimo. Los escuchaba con tanta serenidad, aferrada al rosario, que intrigados me preguntaron, si estaba comprendiendo lo que me informaban. Les dije que sí, que rezaba por ellos para que el Señor los iluminara, pero que toda mi confianza estaba puesta en el poder de Dios y que él tenía la última palabra y en su amor y misericordia depositaba mi esperanza, aún contra toda desesperanza.
Llegué a terapia intensiva y vi a Santiago entubado, lleno de cables, pero también que, en su rostro bellísimo, lleno de paz, el Señor manifestaba su esplendor. Me sentí un poco Abraham, cuando Yahveh lo llevó a la región del Moriah y le pide que sacrifique a su único hijo; en ese momento, le dije al Señor: Gracias, porque me lo regalaste 29 años, y porque en mi hijo me había enseñado a entender el amor puro en su justa medida, ya que mi hijo es un ser especial, y estos hijos carecen del gen de la maldad.
Con esa paz y amor que el Señor me bendijo, comencé a consolar a mis cuatro hijos, a mi marido, y demás hermanos que nos acompañaban; y él me regalo la gracia de ir a consolar a otros hermanos que en su dolor, al perder a sus seres queridos, no encontraban consuelo. Se elevaron cadenas de oración, se movilizo el pueblo y, para gloria del Señor, hermanos tibios en la fe se acercaron a rezar. Bendito seas, Señor, que te muestras en tantos hermanos. Ya a las 36 horas del accidente, Santiago volvió a la vida. Médicos, enfermeras, amigos, que sabían de la magnitud del accidente, hablaban del milagro; Jesús y María estaban en aquel lugar, y los envolvieron en su abrazo, protegiéndolos.
¡Viva Jesús! ¡Viva María! Mi alma alabará eternamente a mi Señor.
Celia Palacio de Ruiz
Grupo de Oración María Auxiliadora – Iglesia San José - Mayor Buratovich
P.D: Cuando llegamos al campo, después de casi un mes, Santiago nos dijo, que él estuvo con Jesús en el hospital.¡Gracias a Dios!