Nadie me había enseñado a perdonar!!!

               Mi nombre es Laura, y en estas líneas quiero compartir mi testimonio. 
Soy una chica de barrio, católica practicante, fui a colegio religioso y mi mamá me inculcó mucho el rezo. Siempre he sido una chica tranquila, bastante tímida y un poco melancólica. Hoy tengo 29 años.
A los 19 años, no se el porqué, comencé a sumergirme en la tristeza, a vivir triste, empecé a encerrarme en mi misma, a asilarme hasta caer en una profunda depresión. Yo vivía triste, había perdido la esperanza, y el tiempo pasaba. En un momento incluso, pensé que mi vida ya no tenía sentido, no sabía para dónde ir. Rezaba y pedía a Dios me sacara de ese pozo, pero nada parecía tener sentido, incluso llegué a clamar a Dios.
Tenía todo, pero en realidad no tenía nada, porque aun no conocía el amor de Dios PADRE en mi vida. Me sentía cerca de Dios, pero estaba lejos, en un abismo de tristeza, que no tiene palabras que lo expresen.
Mis buenas amigas ya no sabían cómo ayudarme, porque sus palabras no cabían en mis pensamientos torturantes y mi corazón herido. Así fue pasando el tiempo. Comencé terapia con una psicóloga durante casi 2 años, lo cual me ayudó mucho desde el punto de vista psicológico. Fue como un salvavidas, pero yo aún seguía sumergida en la tormenta. Tomaba antidepresivos, lo cuál me arrancaban de la cama en las mañanas, pero cuánto me costaba todo eso, Jesús estaba ahí, tomándome de la mano, aunque no lo viera, ni lo sitiera, pero yo aún vivía triste. Me había acostumbrado a vivir triste, como podía.
En el 2009, una amiga (mi gran amiga del alma) me invita a un retiro de la Renovación Carismática, que yo no conocía. Me insistió muchísimo porque la verdad, que yo no quería ir, no tenía ganas, era un retiro más y ya había ido a varios, y también había bajado los brazos.
Mis excusas fueron muchas, pero Dios preparó todo para que pudiese ir, en el trabajo pensé que no me iban a dejar y no se cómo ni porqué, me dijeron que sí, mi amiga me insistía tanto, que bueno le dije “voy, total es un fin de semana nada más” (no quería perder el tiempo ya en esas cosas)
Ese retiro, cambió mi vida. Fue el momento más hermoso de mi vida hasta el momento. Ahí nos encontramos Dios y mi corazón herido. El retiro fue guiado por Gabriel Rinaudo, laico consagrado, a quien estoy inmensamente agradecida por su sí a Dios, por su entrega, su tiempo, por todo lo que nos dejó.
Participé del retiro, casi con mala gana, me costaba mucho aplaudir, expresarme, me daba mucha vergüenza, pero lo intentaba y mi corazón se iba abriendo a Dios, se iba ablandando de a poco, iba dejándome amar por Jesús. Fueron jornadas de mucho trabajo interno, de recordar nuestro pasado, siempre entregando todo a Dios, pidiéndole a Él que nos sane. En la noche nos entregaron un papelito, con una cita bíblica. Me tocó a mí el pasaje en el que Jesús sana al paralítico y le dice “ levántate, toma tu camilla y anda”, palabras que no puedo recordarlas sino con lágrimas en mis ojos, de felicidad, de amor, que quedaron grabadas en mi corazón para siempre.
Llegó el día domingo, participamos de la misa, y luego nos despedimos.
En el momento no sentí nada, no experimenté nada y pensé “me voy igual que como vine” pero había algo que ya no era igual. Esa noche, de vuelta en mi casa, ya no estaba tan triste, pero pensé: “bueno, esto dura unos días, como los demás retiros y después todo es igual”..
Antes de ir al retiro, es mismo día, me había quedado sin los antidepresivos, por lo que estaba muy preocupada, pero no los compré esa semana, no se porqué algo me decía que no los iba necesitar nunca más.
Sí, lo viví así,  Dios es sorprendentemente amoroso, fue un camino a la alegría verdadera, a su amor.
Fue una semilla que silenciosamente comenzó a crecer en mi interior. No fue mágico, no fue instantáneo, pero Dios, me sanó totalmente, me amó, me ama hoy y lo experimento obrando cada día. Es en ese momento que recién conocí el amor de DIOS.
Esa semana fui a terapia, la psicóloga no entendía cuando yo le contaba de Dios, de que realmente me había sanado, es que las terapias nos hacen trabajar nuestro pasado, pero nadie me había enseñado a perdonar!!! Así, fui unas sesiones más pero deje de ir, y también ya no necesitaba antidepresivos, tenía a Jesús, tengo su amor, que más puede pedir una persona. 
Desde ese momento mi vida fue cambiando, de a poco, fui acercándome, lo que más podía a la Eucaristía, ya no sólo los domingos, sino entre semana. Jesús fue encendiendo su amor, su fuego, me sanó por dentro, me hizo nacer de nuevo, me regaló su paz y su alegría. Todo de a poco, con paciencia, paso a paso. No he experimentado en mi vida cosa semejante, amor más grande, incluso en medio de dificultades, de problemas, está su amor, rescatándome cada día, convirtiéndome cada día. Se que todavía hay muchas cosas que Dios sigue sanando en mí, pero doy gracias a Dios, a las personas que puso en mi camino para poder conocerlo, estoy inmensamente agradecida por ese instante en que me llamó a estar ahí. Nada es imposible para Dios, Él me sanó, me liberó.

Jesús, nos llama a todos y a cada uno, 
Y llamó felices a los que lloran, porque serán consolados.
Si, hay esperanza, es Dios. Hay amor, es Él.
Hay sanación, busquémoslo a Él, dejémonos amar por Dios.
Porque “sólo nos basta su gracia”
En nuestra debilidad se manifiesta la fuerza de Dios.

“Tú, Señor, enciendes mi lámpara,
Dios mío, tu alumbras mis tinieblas” (sal 18, 29)

Gracias, Amén. Simplemente Laura.